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Adaptación al cambio climático en el campo: medidas por territorio y cultivo

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El cambio climático amenaza todos nuestros sistemas productivos a través de fenómenos como sequías, olas de calor y una mayor frecuencia e intensidad de eventos extremos, lo que provoca efectos como la pérdida de suelo fértil y de rendimientos. Para enfrentar estos impactos de forma efectiva, las soluciones deben adaptarse al territorio, considerando las particularidades de los cultivos. “La adaptación al cambio climático es posible: tenemos las bases y el conocimiento suficiente, y contamos cada vez con más tecnología», explica Jordi Domingo, coordinador del área agroambiental de Fundación Global Nature y parte del proyecto AgriAdapt que bajo el nombre “Adaptación al cambio climático en el sector agrario”, se dirige a agricultores y agricultoras interesadas en abordar los principales retos del campo ante una situación marcada por el incremento de las temperaturas y los periodos de sequía. 

“El cambio climático ha llegado para quedarse, pero el modo en que nos preparamos a pie de campo para hacer frente a estos cambios será fundamental para conseguir cultivos que se adapten y resistan”, añade Domingo. Por ello, AgriAdapt ha trabajado en identificar las oportunidades de adaptación a través del desarrollo y co-diseño, en colaboración con el sector, de una amplia batería de medidas. Estas incluyen desde soluciones innovadoras para aumentar el contenido de materia orgánica en los suelos, retener la humedad y mejorar la disponibilidad de agua, hasta estrategias basadas en la diversificación y rotación de cultivos o el uso de variedades mejor adaptadas al estrés térmico e hídrico. Es aquí donde el proyecto está dando ya sus primeros frutos. 

Medidas clave para adaptarse al cambio climático. 

Para hacer frente a los desafíos del cambio climático, el proyecto AgriAdapt plantea una serie de estrategias y medidas concretas que parten de comprender cada cultivo a nivel local. Estas recomendaciones han sido diseñadas en colaboración con las cooperativas Viver (Castellón), Terres dels Alforins (Valencia), Artajona (Navarra), Bodegas San Gregrorio S.Coop (Navarra) y Alta Alcarria (Castilla-La Mancha), garantizando su aplicabilidad según las características de cada territorio.  

1. Mejora del suelo y retención de agua 

El suelo es un recurso fundamental y su conservación, una prioridad esencial. La implementación de cubiertas, vivas o inertes, actúa como una barrera protectora del suelo que ayuda a reducir la erosión, controlar la temperatura y mejorar la estructura incrementando su capacidad de retención de agua. “Las cubiertas se han revelado como una técnica muy eficaz para conservar la humedad del suelo, gracias a su capacidad para mejorar la infiltración, reducir la escorrentía y la evaporación, y aumentar la materia orgánica y la fertilidad del suelo.», explica Domingo. Además, las medidas de adaptación orientadas al suelo, como la aplicación de compost y otras enmiendas orgánicas, la siembra directa o la rotación y diversificación de cultivos, ofrecen importantes beneficios agronómicos. Entre ellos destacan el aumento de la fertilidad natural del suelo, una mayor disponibilidad de nutrientes esenciales o la reducción de riesgos asociados a plagas y enfermedades, al interrumpir su ciclo biológico, entre otros. 

2. Innovación tecnológica para una gestión eficiente 

La tecnología aplicada al campo se ha convertido en una aliada imprescindible frente al cambio climático. Sensores de humedad, sistemas de teledetección y herramientas digitales permiten ajustar el riego a las necesidades específicas de cada cultivo, evitando desperdicios y optimizando el uso del agua. Asimismo, las técnicas de fertilización de precisión garantizan una distribución equilibrada de nutrientes, adaptada a las condiciones del suelo. 

3. Elección de variedades adaptadas y prácticas sostenibles 

Apostar por variedades de cultivo adaptadas al territorio y con mayor rusticidad es una estrategia esencial para incrementar la resiliencia frente a condiciones extremas. Al estar adaptadas a las características del suelo y del clima local, estas variedades presentan una mayor resistencia natural a la sequía y las enfermedades. Además de trabajar con variedades autóctonas, la mejora genética y la introducción de nuevas variedades son herramientas clave para minimizar los impactos del cambio climático. En esta línea, el uso de portainjertos resistentes y la diversificación de variedades son prácticas que no solo refuerzan la estabilidad de las cosechas, sino que también contribuyen a reducir la vulnerabilidad ante plagas y otras amenazas.

4. Fomento de la biodiversidad para un ecosistema equilibrado 

La biodiversidad desempeña un papel crucial en la sostenibilidad de los sistemas agrícolas. La instalación de setos, bosquetes y otras infraestructuras verdes proporcionan refugio a la fauna auxiliar, que actúa como control natural de plagas. «Un campo biodiverso es un campo más equilibrado y productivo a largo plazo», asegura el experto. Además, la aplicación de métodos de control integrado, que priorizan soluciones biológicas sobre el uso de productos químicos, minimiza el impacto ambiental y favorece la salud del ecosistema. Desde el punto de vista del cambio climático, las infraestructuras verdes contribuyen a la protección de los cultivos frente a condiciones extremas como el viento, la excesiva insolación y las heladas. 

5. Uso eficiente y responsable de los recursos 

La optimización de recursos es un principio básico para una agricultura sostenible. Los sistemas de riego por goteo, al suministrar el agua directamente a la raíz, reducen significativamente las pérdidas por evaporación. Asimismo, el compostaje de residuos agrícolas permite reincorporar nutrientes al suelo, cerrando el ciclo de la materia orgánica. «El agua será un factor limitante en muchas zonas de España. No podemos apostar sin más por regar, porque es posible que el agua no esté disponible. Donde la tengamos hay que apostar por un uso responsable, adaptado a las necesidades reales y contrastado científicamente. Y donde no la haya, habrá que incrementar la capacidad del sistema para retener agua durante el máximo tiempo posible, ya sea a través del aumento de materia orgánica, de técnicas específicas de manejo del cultivo o incluso del paisaje», concluye Domingo. 

La agricultura es uno de los sectores más vulnerables al cambio climático, por eso el desafío de evaluar los impactos y riesgos es tan urgente, por ello tener medidas concretas y efectivas es el gran reto de Fundación Global Nature. En el proyecto se cuenta con una innovadora herramienta que permite analizar de forma rápida y sencilla las proyecciones climáticas de más de 100 Indicadores Agroclimáticos (IACs) específicos por cada sistema agrario, a partir de modelizaciones climáticas. Esta aplicación, denominada CANARI, cubre las necesidades de diferentes tipologías de cultivos, facilitando la toma de decisiones en el ámbito local y ayudando al sector a prevenir las consecuencias del cambio climático. 

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