En los últimos meses ha emergido una idea tecnológicamente futurista pero ingenierilmente problemática: la construcción de centros de datos en el espacio para potenciar la inteligencia artificial. A primera vista, la promesa de energía solar ilimitada, refrigeración natural en el frío espacial y cero impacto en la red eléctrica de la Tierra resulta atractiva. Sin embargo, según expertos en el ámbito, la realidad técnica dista mucho de estos ideales.
Un exingeniero de la NASA y exGoogle, con experiencia en despliegue de capacidad de inteligencia artificial en la nube, ha calificado la propuesta de «terrible» y sin sentido ingenieril. Al desglosar los argumentos detrás de esta visión futurista, resulta evidente que enfrentamos más desafíos que beneficios.
Uno de los principales argumentos es la presunta disponibilidad ilimitada de energía solar en el espacio, lo cual parece prometedor en teoría. Sin embargo, la experiencia con la Estación Espacial Internacional (ISS), que cuenta con un sistema solar masivo capaz de entregar poco más de 200 kW de potencia, revela lo contrario: alimentar un centro de datos con GPU de alto rendimiento en el espacio requeriría desplegar cientos de satélites al nivel de la ISS, en un esfuerzo que superaría con creces nuestras capacidades actuales.
Además, el mito del espacio frío como un entorno naturalmente adecuado para la refrigeración de servidores se disipa al considerar que en el vacío espacial la convección, el principal método de enfriamiento en la Tierra, no funciona. Solo quedan la conducción y la radiación como mecanismos de disipación de calor, requiriendo complejas infraestructuras de paneles radiadores que incrementarían desmesuradamente el tamaño y coste de cualquier satélite equipado con capacidades de centro de datos.
La radiación espacial representa otro obstáculo significativo. Fuera de la atmósfera, la electrónica está constantemente expuesta a partículas de alta energía que pueden provocar errores en los sistemas de memoria y lógica, o incluso dañar permanentemente los componentes. Adaptar la tecnología actual para resistir estas condiciones haría que su rendimiento se redujera a niveles de hace décadas, desmontando el propósito mismo de la idea orbital.
Sumado a esto, las comunicaciones espaciales suponen un gran desafío, considerando que un centro de datos moderno necesita redes rápidas y eficientes para funcionar correctamente. En el espacio, la capacidad de comunicación es limitada y está sujeta a importantes restricciones de latencia y ancho de banda, complicando aún más el panorama operativo de un datacenter espacial.
Finalmente, al contrastar estos retos con los enfoques terrestres para la sostenibilidad y eficiencia energética, la idea de un centro de datos en órbita parece menos atractiva. La industria de infraestructura en la Tierra avanza hacia el uso de fuentes de energía renovable, tecnología de refrigeración avanzada y reutilización del calor residual, ofreciendo soluciones más viables y menos costosas.
En conclusión, aunque técnicamente posible, la construcción de un «datacenter espacial» carece de sentido práctico comparado con la optimización de estrategias terrestres. Esta visión futurista, aunque atrayente, no se justifica cuando se examinan las complejidades del espacio y los avances constantes tecnológicos aquí en la Tierra.








