Hace 3.260 millones de años, un gigantesco meteorito, conocido como S2, impactó la Tierra con una fuerza descomunal. Este evento, que dejó una capa de esférulas de 15 centímetros y produjo tsunamis y un calentamiento global temporal, no significó el fin de la vida naciente en nuestro planeta. Al contrario, según un estudio publicado en PNAS, el impacto liberó nutrientes esenciales que fertilizaron los océanos primitivos, favoreciendo la proliferación de organismos unicelulares. La investigación liderada por Nadja Drabon revela que estos cataclismos pudieron potenciar la evolución, sugiriendo que la vida primitiva logró adaptarse y crecer en condiciones extremas, similares a las dejadas por grandes erupciones volcánicas. Este hallazgo abre una nueva ventana para entender cómo eventos catastróficos influyeron en la evolución temprana de la Tierra.
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