En el transcurso de la última década, Apple ha consolidado su posición como líder en innovación tecnológica, gracias a una decisión clave tomada en 2011 que transformó la industria de los semiconductores. La elección de TSMC como su principal fabricante de chips en lugar de Intel no solo redefinió el futuro de Apple, sino que también alteró el paisaje de la tecnología global.
A principios del año 2011, en un momento crucial para la compañía de Cupertino, Apple evaluaba sus opciones para la fabricación de los procesadores que alimentarían sus productos estrella como el iPhone, el iPad y los Mac. En aquel entonces, Intel era visto como el candidato más lógico para asumir esta responsabilidad, dadas sus décadas de experiencia y su estrecha relación con Apple como proveedor de sus Mac. Sin embargo, la historia jugó una partida diferente.
Morris Chang, el entonces CEO de TSMC, realizó un movimiento audaz al viajar personalmente desde Taiwán hasta las oficinas de Apple en Cupertino. Con clásicos argumentos de neutralidad y flexibilidad, Chang convenció a Tim Cook de las ventajas de optar por TSMC, una foundry especializada en producción para terceros, libre de conflictos de interés, y sin competir directamente en el mercado de productos finales.
Este encuentro marcó el inicio de una fructífera alianza que permitió a Apple diseñar chips cada vez más potentes y eficientes. La colaboración alcanzó su cúspide con la introducción de Apple Silicon, un salto generacional en el rendimiento y la eficiencia de los dispositivos Apple, relegando a Intel a un segundo plano.
Desde 2014, cuando TSMC comenzó a fabricar los chips A8 con un proceso especializado de 20 nanómetros, la relación entre las dos empresas se profundizó, perpetuando un ciclo según el cual Apple se beneficiaba de tener chips perfectamente ajustados a sus necesidades específicas. En 2020, con la transición de los Mac a los nuevos procesadores basados en ARM, la ruptura de Apple con Intel se hizo definitiva.
Hoy, TSMC es crucial para la hegemonía de Apple en el mercado, procesando entre el 23% y el 26% de los ingresos anuales de la foundry. Este porcentaje refleja no solo la dependencia mutua, sino también la importancia de una decisión que, de haberse tomado en favor de Intel, podría haber restringido la capacidad de innovación de Apple, retrasado su progreso tecnológico y mantenido una dependencia estructural que habría limitado significativamente su crecimiento.
El cambio estratégico hacia TSMC ha permitido a Apple lograr una integración sin precedentes entre hardware y software, fijando un nuevo estándar en el desarrollo de tecnología de consumo. Mientras tanto, Intel, que hubiera accedido a un protagonismo aún mayor en el ecosistema de Apple, enfrenta ahora el desafío de adaptarse en un mercado donde la personalización y la eficiencia dictan las reglas del juego.
El legado de aquel encuentro en Cupertino es un potente recordatorio de cómo una decisión estratégica bien fundamentada puede no solo alterar el rumbo de una compañía, sino también reconfigurar los cimientos de toda una industria. La capacidad de Apple para tomar control total del proceso de desarrollo de sus chips ha sido una ventaja competitiva decisiva, reafirmando su liderazgo y marcando un antes y después en la evolución tecnológica de nuestro tiempo.