Donald Trump, en su segundo mandato, continúa buscando dejar una huella imborrable y perpetuar su legado a través de acciones que reflejan su egocentrismo y narcisismo. Entre sus gestos más recientes se encuentra la propuesta de la congresista Anna Paulina Luna para añadir su rostro al Monte Rushmore, a pesar de las complicaciones geológicas, y el rebautizo del Centro Kennedy con su nombre, en honor a lo que su administración describe como «una increíble labor». Además, Trump ha ordenado la construcción de buques de guerra bautizados con su apellido y lidera renovaciones en la Casa Blanca. Estas acciones han sido interpretadas por especialistas y críticos como un culto desmesurado a su personalidad, destacando su deseo constante de reconocimiento y admiración, mientras coexiste con una envidia hacia aquellos que pudieran eclipsar su figura.
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