Este verano en España se ha caracterizado por el escándalo de falsificación y adornos de títulos en el ámbito político, lo que algunos llaman «el verano de los sin título». La clase política enfrenta una creciente percepción de mediocridad y corrupción, reflejada en la proliferación de funcionarios que aparentan tener cualificaciones que no poseen. El fenómeno se divide en falsificadores, quienes crean documentos falsos para obtener puestos que requieren ciertas credenciales, y aquellos que embellecen sus currículos por inseguridad intelectual. Además, se diferencian los que dimiten y los que permanecen en sus cargos, a menudo beneficiándose de su trayectoria cuestionable. En este contexto, los políticos parecen cada vez más distantes de los valores de integridad y meritocracia, perpetuando una cultura del mínimo esfuerzo y falta de talento, lo que pone en duda la confianza de los votantes en las instituciones.
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