En un contexto global donde la inteligencia artificial, la computación en la nube y la transición energética son temas prioritarios, España se enfrenta a un desafío más fundamental: la disminución del interés por las carreras de ingeniería. Los datos son contundentes y preocupantes; desde el curso 2002-2003, las matriculaciones en ingeniería han caído un 33 %, según el informe «Análisis de los estudios universitarios en Ingeniería 2025» del Instituto de Graduados en Ingeniería e Ingenieros Técnicos de España (INGITE).
Actualmente, los estudiantes de ingeniería representan solo el 16,98 % del total de la población universitaria, apenas dos puntos más que en los años ochenta. A esto se suma una alarmante tasa de abandono del 50 %, y apenas el 7,54 % de los matriculados logra terminar a tiempo con todas las asignaturas aprobadas. Este goteo de talento no pasa desapercibido en el sector tecnológico, que ya empieza a notar los efectos de esta tendencia en la oferta de profesionales.
El informe de INGITE revela que la ingeniería ha perdido atractivo entre los jóvenes por varias razones. Además del descenso estructural de vocaciones, se reporta un embudo donde cerca de la mitad de los estudiantes abandonan antes de titularse y muchos se enfrentan a una desilusión temprana al descubrir que la carrera no se ajusta a sus expectativas ni a su nivel de preparación.
Un factor crítico es que el 53 % de los grados en Ingeniería no otorgan atribuciones profesionales, un aspecto que crea confusión y que se percibe como un obstáculo para quienes desean ejercer en profesiones reguladas. Esta situación genera desconfianza entre los estudiantes y debilita el perfil profesional en el mercado laboral.
La escasez de ingenieros no es solo un problema académico, sino tecnológico. España, en su transición hacia un modelo productivo más digital, se encuentra al borde de una disrupción. Sectores clave como la infraestructura digital y cloud, inteligencia artificial, transición energética, y ciberseguridad necesitan ingenieros capacitados para desarrollar, implementar y mantener tecnologías avanzadas. Sin suficientes profesionales, el país corre el riesgo de depender de tecnología importada, con una consiguiente pérdida de competitividad.
La raíz del problema reside, en parte, en un sistema educativo que no logra entusiasmar a los jóvenes desde etapas tempranas. La orientación vocacional llega tarde, generalmente en 2.º de Bachillerato, cuando muchos estudiantes ya han descartado las carreras STEM por ideas preconcebidas y poco contacto directo con el mundo de la ingeniería. Además, las universidades no siempre conectan la teoría con aplicaciones prácticas del mundo real, algo que podría motivar a los estudiantes al mostrarles el impacto tangible de sus estudios.
El problema también radica en una descompensación en la exigencia académica; la transición de la enseñanza secundaria a la exigencia universitaria en ingeniería es brutal para muchos estudiantes, que se encuentran mal preparados para enfrentar el rigor de estas carreras. A esto se suma un discurso social que resalta las dificultades de la carrera en lugar de sus beneficios y lo emocionante de participar en proyectos de impacto.
Para revertir esta tendencia, el ecosistema tecnológico de España tiene la oportunidad de actuar. Las empresas pueden involucrarse activamente con las escuelas y universidades para mostrar casos reales de trabajo, desarrollar planes prácticos de estudio y ofrecer apoyo a través de becas y mentorías. Cambiar el relato alrededor de la ingeniería y mostrar su relevancia en el mundo moderno podría ser clave para atraer a futuras generaciones.
La caída en las matriculaciones no es un dato que pueda ignorarse. Es una alerta que España deberá atender si desea liderar en tecnología e innovación en el futuro cercano.








