La convergencia de la inflación, la incertidumbre económica y el aumento en los costes del hardware ha dado lugar a una tendencia creciente en Estados Unidos: tanto consumidores como empresas están alargando la vida útil de sus dispositivos más allá de lo deseado. Computadoras lentas, smartphones con baterías desgastadas y servidores anticuados siguen en uso, ya que la renovación de estos equipos se ha tornado en una decisión costosa y complicada.
Según diversos expertos consultados por la Reserva Federal y medios económicos, la inversión en nuevos equipos es una de las razones detrás de la brecha de productividad que separa a las corporaciones estadounidenses de algunas europeas. La lógica es simple: si el hardware es antiguo, todo se realiza con más lentitud. Las aplicaciones tardan en abrirse, las tareas se bloquean y los equipos fallan justo cuando más se necesitan, derivando en horas de trabajo perdidas que no se reflejan en ninguna contabilidad.
Un estudio realizado por la firma de soluciones tecnológicas Diversified proporciona cifras sobre este problema. Un 24% de los empleados afirma haber tenido que trabajar horas extra debido a problemas relacionados con tecnología obsoleta, y un 88% asegura que el equipamiento antiguo limita la innovación dentro de su empresa. No solo se pierde tiempo, sino que se frenan proyectos innovadores porque las herramientas no están a la altura. Sin embargo, muchas compañías continúan postergando la renovación de sus sistemas informáticos.
Las razones para esta situación son variadas. Los costos se encuentran en alza debido a las alteraciones en las cadenas de suministro y cambios en las tarifas comerciales, lo que hace que los precios del hardware sean impredecibles. Además, el auge de la inteligencia artificial ha incrementado la demanda de hardware de última generación, presionando los precios y motivando a algunos fabricantes a subir tarifas o incluso a dejar de producir gamas más económicas. Algunos analistas prevén que esta tensión podría prolongarse hasta 2027. Por otro lado, los procesos internos de las grandes empresas, que tardan en probar y certificar nuevas tecnologías, provocan que, cuando eligen un nuevo equipo, ya exista una tecnología mejor disponible.
Ante este ciclo vicioso, algunas voces en la industria abogan por un enfoque diferente. Cassandra Cummings, directora ejecutiva de Thomas Instrumentation, sostiene que la clave está en mejorar la reparabilidad y modularidad del hardware, en lugar de acelerar los ciclos de renovación. Dispositivos con repuestos disponibles y buen soporte de actualizaciones de software pueden seguir siendo útiles por más tiempo. Equipos diseñados con componentes modulares permiten actualizar solo las partes necesarias, en lugar de reemplazar todo el sistema, lo que también se alinea con tendencias como el derecho a reparar, y podría aliviar tanto la presión económica como el impacto ambiental.
Este fenómeno no solo afecta a las empresas; se refleja también en los consumidores. Una encuesta realizada por Pollfish a 1,000 adultos para reviews.org muestra que los estadounidenses querrían cambiar de móvil cada 16 meses. Sin embargo, en la práctica, mantienen sus teléfonos una media de 22 meses y solo los renuevan aproximadamente cada 29 meses. El precio es el principal obstáculo, con un costo promedio por un móvil nuevo situado entre los 600 y 634 dólares, muy por debajo de lo que cuestan muchos modelos de gama alta actuales. Así, los terminales más populares son modelos más antiguos, como el iPhone 13, iPhone 14 o el Samsung Galaxy S9, que se encuentran en una franja de precios más asequible.
Cuando finalmente deciden cambiar de dispositivo, las motivaciones suelen ser prácticas: buscan mayor velocidad y mejor rendimiento, o deciden sustituir baterías desgastadas. Pocos mencionan querer el último modelo o acceder a funciones novedosas. La aspiración tecnológica ha sido superada por la realidad del presupuesto.
Este dilema plantea una interesante encrucijada para la economía digital estadounidense. Renovar más rápidamente el hardware podría aumentar la productividad y permitir un mejor aprovechamiento de la inteligencia artificial y otras innovaciones, pero forzar ciclos de actualización más cortos se enfrenta a un incremento de costos, congestión en la cadena de suministro y preocupaciones medioambientales. En este contexto, parece ganar fuerza una vía intermedia que abogue por equipos más reparables, modulares y bien soportados a nivel de software, optimizando así la inversión sin penalizar la productividad. En un entorno de incertidumbre económica y competitividad, esta podría ser la fórmula para avanzar sin romper la hucha.








