La antigua cárcel de Palma, en evidente estado de abandono, se ha convertido en un refugio para personas desesperadas por un techo, operando como un hotel ilegal en condiciones deplorables. Este negocio clandestino, dirigido por okupas, ofrece espacios insalubres sin agua ni electricidad, a precios exorbitantes que varían entre 300 y 400 euros. Los inquilinos deben enfrentarse a un entorno inseguro con perros sueltos, ratas y problemas recurrentes de delincuencia. Pese a las constantes intervenciones policiales, las actividades ilegales persisten, alimentando un clima de caos en el área. Con el futuro del inmueble aún incierto, el lugar se ha transformado en un foco de atención internacional debido a las indignas condiciones de vida que ofrece a sus ocupantes y la actividad delictiva en su interior.
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