Agosto, paradójicamente, se presenta como un periodo de freno colectivo en un mundo donde todo parece detenerse salvo las guerras, que aumentan su intensidad. Mientras el turismo invita a una suspensión temporal de la vida, los dispositivos móviles nos mantienen en constante agitación, reflejo de un “cableado humano” que no sabe detenerse. Este mes de descanso aparente combina la quietud exterior con una neuronal actividad interna alimentada por el uso incesante de móviles, que se erigen como tótems de nuestra conexión global. En medio del calor extremo y del humo de incendios, la turismofobia se alza como una nueva aflicción, mientras Oriente y Occidente buscan soluciones antagónicas pero complementarias para lidiar con el frenesí humano.
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