En la vorágine moderna de la crianza, los padres han pasado de ver el domingo como una carga a desear su llegada, buscando el refugio en la rutina semanal. Este cambio de percepción se debe a la intensa competencia entre progenitores para mantener a sus hijos constantemente ocupados con actividades culturales, deportivas y sociales, con el fin de evitar su aburrimiento. Los fines de semana se convierten en una maratón de logísticas y entretenimiento, en la que los padres actúan como guías turísticos de sus propios hijos, sacrificando su propio tiempo y hobbies. La clave para un equilibrio saludable podría estar en dividir el tiempo entre las necesidades de los niños y los intereses de los adultos, promoviendo actividades que satisfagan a todos los miembros de la familia, para evitar el agotamiento y la frustración entre los padres.
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