Las elecciones presidenciales en Bielorrusia se llevaron a cabo bajo un fuerte control gubernamental, sin candidatos opositores en libertad y con multitud de irregularidades señaladas por la oposición y organizaciones de derechos humanos. El presidente Alexandr Lukashenko, en el poder desde 1994, busca prolongar su mandato en unos comicios sin competencia real, con una participación mayoritaria de personas mayores y vigilados discretamente por las fuerzas de seguridad. Líderes de la oposición, como Svetlana Tijanóvskaya, continúan su lucha desde el exilio, organizando protestas en el extranjero. Las restricciones a la transparencia observacional y la represión del disenso resaltan el autoritarismo del régimen, que asegura tener el respaldo de quienes temen un cambio drástico en el statu quo.
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