La privacidad digital se ha erigido como uno de los debates más críticos en la era conectada, donde las grandes empresas tecnológicas y los «data brokers» comercian con información personal. La diferencia reside en las herramientas legales y prácticas para hacer frente a estos desafíos.
En Estados Unidos, el mercado y la autorregulación prevalecen. Los «data brokers» como Acxiom y Experian generan miles de millones de dólares al año utilizando registros públicos, compras, historiales de navegación y datos de geolocalización. La información se comercializa como «comercialmente disponible», incluso para agencias gubernamentales, sin necesidad de órdenes judiciales. Aunque leyes como la CCPA en California intentan frenar estos excesos, el mercado de datos sigue prosperando.
Por otro lado, la Unión Europea estableció un marco más restrictivo con el RGPD, que exige consentimiento explícito para el manejo de datos. No obstante, las políticas de consentimiento suelen ser opacas y muchos usuarios aceptan rastreos sin leer las condiciones. A pesar de las multas millonarias a empresas como Meta, Google y Amazon, el negocio de los datos personales sigue intacto.
Los metadatos en EE. UU., conocidos como CPNI, permiten a las operadoras rastrear llamadas y uso de datos, y aunque los usuarios pueden optar por no participar, el proceso es complicado. En Europa, la directiva ePrivacy limita este uso, aunque aún existen prácticas dudosas con datos anonimizados.
El SSN en EE. UU. es un identificador universal, pero su vulnerabilidad ha llevado a mitigar riesgos mediante bloqueos y congelación de crédito. En contraste, Europa no tiene un identificador único, lo que dispersa el riesgo, aunque su filtración sigue siendo preocupante.
Ambos continentes enfrentan desafíos similares con el SIM swapping y el correo electrónico como vectores de ataques. La recomendación es usar números secundarios y eSIMs para registros no críticos, junto con alias de correos y autenticación de dos factores.
Los avances en soluciones financieras, como tarjetas virtuales y wallets digitales, son consistentes en ambos territorios, pero Europa muestra un mayor grado de armonización debido a las regulaciones financieras.
La inteligencia artificial añade un nivel de complejidad, ya que la IA puede reidentificar datos anonimizados. Mientras EE. UU. aún no regula estos usos, Europa intenta con su AI Act imponer limitaciones.
Estados Unidos destaca en la transparencia sobre los «data brokers» y opciones como la congelación de crédito, mientras que Europa confía en un marco legal sólido que a menudo se enfrenta a los desafíos de la innovación. El futuro de la privacidad digital depende de una combinación de regulación, educación y herramientas técnicas, instando a una ciudadanía consciente de la importancia de proteger su información personal en un entorno donde es la nueva moneda de cambio.