La reciente Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos para 2025, rubricada durante el mandato de Donald Trump, reconfigura el panorama geopolítico global con un enfoque inusualmente tecnológico. Este documento, en lugar de limitarse a las tradicionales cuestiones de política internacional, enfatiza el control sobre áreas tecnológicas claves como la inteligencia artificial (IA), los semiconductores y la ciberseguridad como pilares para ejercer dominancia en el orden mundial.
Desde una perspectiva tecnológica, la estrategia es una hoja de ruta clara de las prioridades estadounidenses para el futuro. La consolidación de su liderazgo en tecnologías avanzadas como la IA, la biotecnología y la computación cuántica se erige como un objetivo central. Al mismo tiempo, se busca asegurar un suministro ininterrumpido de semiconductores y proteger las redes críticas de ciberataques, usando el poder económico y tecnológico de Estados Unidos como un brazo de influencia global.
La Estrategia de Seguridad Nacional redefine la tecnología, posicionándola como un interés vital de Estados Unidos, comparándola con estrategias militares y diplomáticas. Plantea la necesidad de que los estándares tecnológicos estadounidenses, en sectores como la IA y la computación cuántica, sean los que marquen el rumbo del mundo. Este enfoque busca no solo exportar productos, sino establecer normas y protocolos técnicos que sirvan como referencia global, otorgando una ventaja estructural en cadenas de suministro y plataformas digitales.
En términos militares, el documento es categórico al destacar la intención de mantener y ampliar la ventaja tecnológica en áreas de defensa y doble uso, subrayando la importancia de la inteligencia artificial, la computación cuántica y los sistemas autónomos como tecnologías que definirán el futuro del poder militar. Este escenario también impulsa un mayor protagonismo de las empresas de defensa y startups de robótica en la agenda estratégica estadounidense.
Un aspecto crítico de esta estrategia es el reconocimiento de la dependencia mundial de los semiconductores fabricados en Taiwán, lo que convierte a la isla en un punto geopolíticamente estratégico. La capacidad de producción taiwanesa en este sector es vital no solo para la tecnología de consumo, sino para la evolución de la IA generativa, evidenciando que la política de semiconductores ha pasado de ser una cuestión industrial a una prioridad estratégica.
El documento también fija su mirada en el «Sur Global», resaltando la necesidad de contrarrestar la influencia china en infraestructuras digitales y físicas en regiones emergentes, proponiendo una competencia abierta mediante tecnología propia, finanzas y diplomacia económica.
En lo concerniente a la ciberseguridad, la estrategia detalla la imprescindible alianza con el sector privado para proteger infraestructuras críticas, vigilar amenazas y responder ante ciberataques. Además, se mencionan estrategias de desregulación para mantener la competitividad tecnológica frente a otros países.
Europa, por su parte, recibe una llamada de atención clara para intensificar su lucha contra el robo tecnológico y el ciberespionaje. Se insta al continente a coordinarse más estrechamente con Estados Unidos en el control de exportaciones tecnológicas y en la protección de la propiedad intelectual y los secretos comerciales.
En resumen, este documento no solo replantea la política de seguridad nacional de Estados Unidos, sino que establece un nuevo paradigma donde la tecnología es el núcleo de la influencia global. Para las empresas tecnológicas, esto implica adaptarse a un entorno donde la línea entre decisiones comerciales y de seguridad nacional se vuelve cada vez más difusa, abriendo la puerta a nuevas oportunidades, pero también a un mayor escrutinio.
