En plena vorágine de la Guerra Fría, un grupo de científicos soviéticos desconcertó al mundo al desarrollar un ordenador que desafiaba la lógica binaria convencional. Se trataba de Setun, el primer ordenador ternario universal, una máquina que demostraba no solo la capacidad inventiva de sus creadores, sino también cómo, a menudo, las decisiones políticas pueden ahogar los avances tecnológicos más prometedores.
El cerebro detrás de Setun era Nikolai Brusentsov, un brillante ingeniero que, tras una serie de reveses con el proyecto del ordenador M-2, decidió junto a su equipo diseñar un nuevo tipo de máquina para la Universidad Estatal de Moscú. Sin semiconductores en abundancia ni válvulas de vacío a disposición, Brusentsov descubrió una alternativa en los elementos de ferrita, capaces de manejar tres estados diferentes: -1, 0 y +1. Así surgió la idea del ordenador ternario.
El atractivo de esta lógica, conocida como lógica ternaria equilibrada, no era solo estético. Proporcionaba una representación más natural de los números, facilitaba el redondeo y eliminaba la necesidad de diferenciar entre enteros con y sin signo. La simplificación y la armonía de este sistema eran evidentes para Brusentsov, quien convenció a sus colegas de que debían construir un ordenador ternario y lo llamaron Setun, en honor a un río cercano al campus.
Setun se completó en diciembre de 1958. Su arquitectura comprendía diversas unidades operativas que incluían una memoria de ferrita y un tambor magnético, ofreciendo un rendimiento sorprendente para la época, incluso en entornos extremos. Durante las pruebas, Setun funcionó sin fallos durante tres semanas, pero los obstáculos políticos y administrativos comenzaron a manifestarse rápidamente.
En 1960, a pesar de ser reconocido oficialmente como un logro, el Comité Estatal de Radioelectrónica de la URSS impidió su producción en serie, desestimando la máquina por considerarla un gasto innecesario. Propuestas de producción en Checoslovaquia también fueron bloqueadas. Así, a pesar de su uso en diversas instituciones por sus capacidades inigualables, la producción fue brutalmente detenida en 1965.
A Brusentsov no le faltó tenacidad. En 1967, intentó nuevamente con el Setun-70, una máquina mejorada. A pesar de sus avances, los problemas políticos internos y una dirección poco entusiasta sellaron su destino. Finalmente, el laboratorio de Brusentsov fue relegado a un espacio marginal, y en 1973, el Setun original fue desmantelado por razones nunca del todo claras.
La historia de Setun es un ejemplo dramático de cómo la innovación puede desviarse por intereses políticos, relegando ideas que podrían haber transformado la computación moderna. Hoy, en un mundo que busca nuevas arquitecturas para la inteligencia artificial y optimización energética, el legado del Setun resurge como un recordatorio de que, a veces, la mejor idea técnica puede quedar sepultada bajo los sellos de aprobación de una burocracia que tiene otras prioridades.








