En un escenario internacional donde la tecnología y la geopolítica se entrelazan cada vez con más fuerza, Taiwán vuelve a situarse en el centro del debate gracias a una propuesta que busca preservar su liderazgo en la producción de semiconductores. En el corazón de esta discusión se encuentra TSMC, uno de los principales fabricantes de chips del mundo, y una medida que intenta imponer restricciones a las tecnologías de proceso que pueden exportarse o desplegarse fuera de la isla.
Conocida como la regla «dos generaciones por detrás», esta propuesta política por parte del gobierno taiwanés consiste en permitir que las fábricas extranjeras operen con tecnologías que estén dos generaciones atrás del nodo más avanzado en producción comercial en Taiwán. En términos prácticos, si TSMC lidera la industria con tecnología de 3 nm, los complejos fuera de Taiwán podrían trabajar con 5 nm y 7 nm, nodos que, aunque esenciales para una gran parte del mercado electrónico actual, no representan la máxima vanguardia.
Esta medida llega en un momento estratégico, ya que Estados Unidos ha incrementado sus esfuerzos para industrializar de nuevo su producción de semiconductores, mientras las tensiones tecnológicas entre EE. UU. y China continúan escalando. En particular, la normativa podría complicar los planes de expansión de TSMC en suelo estadounidense, específicamente en Arizona, donde la compañía está construyendo un importante complejo de fabricación.
En el trasfondo se sitúa el concepto del «silicon shield» o escudo de silicio. Este implica que la capacidad de Taiwán para producir chips avanzados incrementa el interés global por la estabilidad y seguridad de la isla. La idea es que la producción de última generación debe permanecer en Taiwán para no perder esa influencia estratégica.
El desacuerdo potencialmente más significativo se observa en Arizona. Conforme a la estrategia de producción de EE.UU., existe un interés claro en avanzar hacia tecnologías más próximas al límite tecnológico, mientras que la política taiwanesa podría frenar este avance mediante regulaciones, impactando en los planes de implementación y, posiblemente, en las inversiones en tierra estadounidense.
A pesar de las restricciones, los nodos de 5 nm y 7 nm continúan siendo críticos para la industria, moviendo gran parte del mercado con su uso en una diversidad de dispositivos. Esta realidad subraya un matiz importante: la propuesta N-2 no detendría por completo la expansión internacional de TSMC, pero sí podría alterar su naturaleza hacia una mayor producción en nodos ya consolidados.
Uno de los miedos subyacentes es que otras naciones puedan adoptar medidas similares en sus propios sectores, fragmentando aún más la cadena de suministro, aumentando los costos y reduciendo la flexibilidad global. Esta política llega en un contexto donde restricciones tecnológicas diversas ya están influenciando las decisiones de política exterior.
A corto plazo, el foco estará en las jugadas políticas y regulatorias de Taiwán. Si la regla se convierte en un estándar formal, TSMC enfrentará la necesidad de obtener autorizaciones adicionales para avanzar con sus planes de producción más allá de sus fronteras. El dilema, entonces, se centra en cuánto de su ventaja tecnológica está dispuesto Taiwán a externalizar, asumiendo el coste político y económico de mantener esta supremacía en el país. Así, Taiwán no solo reflexiona sobre un aspecto técnico de su industria, sino sobre la gestión de un poder global en un escenario cada vez más competitivo.








