La creciente dependencia de la tecnología se ha convertido en un factor de riesgo significativo para los adolescentes, especialmente cuando se combina con una baja tolerancia a la frustración. Esta situación los expone a desafíos personales y aumenta la impulsividad, complicando su desarrollo emocional y social. La interacción constante con dispositivos tecnológicos puede intensificar estas vulnerabilidades, subrayando la necesidad de abordar estos problemas con estrategias que promuevan el equilibrio y el manejo saludable de emociones en los jóvenes.
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