En Tel Aviv, la vida diaria transcurre con aparente normalidad, pero es ineludible la presencia de una calma tensa tras la reciente escalada bélica con Irán. Los vestigios de los ataques con misiles balísticos, lanzados hace unos meses, permanecen en edificios destruidos y fachadas marcadas por explosiones, testimonio visible de las hostilidades. A pesar de la destrucción, no hubo víctimas mortales gracias a la eficaz respuesta de la población, habituada a refugiarse al sonar las sirenas de ataque. En las cercanías, las sedes del Ministerio de Defensa y el Mossad muestran medidas de seguridad extremas, recordando la tensión aún latente. En Israel, incluso la cotidiana rutina de los domingos, inicio laboral de la semana, lleva la impronta de la guerra en un equilibrio frágil entre normalidad y conflicto.
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