Estados Unidos ha dado un nuevo paso en su lucha estratégica por el control del sector de los semiconductores, focalizando sus esfuerzos en su principal socio global, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). La firma taiwanesa, responsable de más del 70% de la producción mundial de chips avanzados, perderá a finales de 2025 la exención que le permitía importar equipos estadounidenses a su planta en Nanjing, China.
Esta decisión, implementada durante la administración de Donald Trump, pone a TSMC en la misma posición que otras grandes tecnológicas como Intel y Samsung, quienes desde hace meses deben solicitar licencias para cada pieza que ingresen desde EE.UU. Esta medida supone el fin del tratamiento especial para TSMC, cuyo establecimiento en Nanjing produce chips más «maduros» de 16 a 12 nanómetros, fundamentales para la industria china.
El impacto económico para TSMC es reducido, dado que la planta de Nanjing representa un 3% de sus ingresos. Sin embargo, el revés es más simbólico que financiero, demostrando que Washington está dispuesto a presionar incluso a sus aliados para frenar el avance tecnológico de China, priorizando la seguridad nacional sobre intereses comerciales.
La estrategia de EE.UU. va acompañada de una política interna para atraer fábricas al país, bajo el auspicio del CHIPS and Science Act, que involucra subsidios millonarios y beneficios fiscales. Esta dualidad busca evitar que la cadena de suministro de chips avanzados pase a manos chinas y asegura la soberanía tecnológica estadounidense.
TSMC enfrenta una compleja situación, habiendo invertido cerca de 100.000 millones de dólares en plantas fuera de Taiwán, en respuesta a presiones internacionales para diversificar riesgos y no desagradar ni a Washington ni a Pekín. China, por su parte, lucha por avanzar sin acceso a tecnología de litografía avanzada, una situación que limita su capacidad de competir a nivel global.
Este movimiento contra TSMC podría ser un punto de inflexión, reafirmando la intención de EE.UU. de restringir el acceso de China a la tecnología avanzada y fortalecer su control sobre actores extranjeros. El resultado dependerá de la capacidad de China para convertir sus anuncios tecnológicos en producción real a gran escala, lo que podría definir el balance de poder en la industria de semiconductores en la próxima década.