Hace ochenta años, el mundo cambió para siempre cuando una sola bomba arrasó Hiroshima. Aquella mañana del 6 de agosto de 1945, Akiko Takakura, entonces de 20 años, fue testigo del instante en que la era nuclear comenzó. Hoy, con 100 años, Takakura y otros supervivientes, los hibakusha, siguen recordando ese día para que la historia no se repita.
Desde entonces, la amenaza nuclear no solo ha persistido, sino que se ha expandido. En 1945, solo Estados Unidos poseía armas nucleares. Ahora, esa lista incluye a nueve países: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Los arsenales combinados podrían destruir el planeta varias veces.
Setsuko Thurlow, otra superviviente de Hiroshima que vive en Canadá, expresa su asombro al pasar de una única bomba en su niñez a miles en la actualidad. La Guerra Fría dejó un legado de armas nucleares, con Rusia y Estados Unidos concentrando casi el 90% del arsenal mundial. Expertos como Carmen Claudín del CIDOB advierten que la lógica de disuasión prevalece, manteniendo una carrera armamentística sin fin.
A nivel nacional, personas como María González, madre en Madrid, enfrentan la inquietud de cómo explicar a sus hijos el peligro nuclear en tiempos de tensiones internacionales. La guerra en Ucrania y las amenazas de Putin han revitalizado el temor a un conflicto nuclear.
Hoy, el panorama es más complejo que durante la Guerra Fría. Las tensiones regionales con India, Pakistán, Israel y Corea del Norte añaden volatilidad al entorno nuclear global. A pesar de los tratados de desarme, el progreso es lento y las armas siguen siendo una carga económica significativa.
El gasto militar en mantenimiento y modernización de arsenales nucleares es exorbitante. Estados Unidos, por ejemplo, gastó más de 50.000 millones de dólares en su programa nuclear el año pasado, fondos que podrían tener otras aplicaciones críticas para la humanidad.
Aunque hay quienes perseveran por un mundo sin armas nucleares, como los hibakusha y organizaciones de desarme, la responsabilidad se concentra peligrosamente en manos de pocos líderes mundiales, quienes poseen la capacidad de tomar decisiones que podrían devastar la civilización.
La historia de Hiroshima nos recuerda el costo humano y moral de las armas nucleares. La responsabilidad es colectiva para asegurarse de que nunca se repita. Sin acciones decididas hacia el desarme, la humanidad seguirá viviendo bajo la sombría herencia de aquel día de verano de 1945.