Las olas de calor ya no sorprenden, pero sus efectos son cada vez más duros. La ciencia lo advierte con claridad: lo que antes llamábamos verano ahora es otra cosa. Y ha venido para quedarse.
La calle arde, y no solo es una percepción. Cada año que pasa, los termómetros en España rompen un nuevo techo y lo que antes parecía excepcional se ha convertido en rutina. Las temperaturas extremas, las noches sin tregua y las cosechas arrasadas por el calor ya no son escenarios futuristas: son parte del presente. Y si algo duele, es que aún haya quien lo niega.
Desde 1980, las olas de calor en España se han triplicado, según la AEMET. Ya no son picos de calor sofocante, sino bloques persistentes de aire caliente que se instalan durante semanas. Si antes duraban 3 o 4 días, ahora pueden extenderse hasta 15. Y lo peor: llegan antes, se van más tarde y se repiten con frecuencia creciente.
“Este año, el mes de junio ha tenido registros térmicos propios de julio o incluso agosto”, explica un portavoz de la AEMET. “La canícula empieza antes y acaba después”.
Un país que se calienta más rápido que el mundo
España no solo sufre el cambio climático: lo lidera. Al menos en lo que a velocidad de calentamiento se refiere. Desde principios del siglo XX, la temperatura media ha subido +1,7 ºC en la península y Baleares, frente a un promedio global de +1,2 ºC. En algunas zonas del sur, como el Valle del Guadalquivir, se superan ya los +2 ºC.

Este sobrecalentamiento tiene consecuencias tangibles. Córdoba, por ejemplo, batió en 2021 el récord histórico nacional con 47,6 ºC. Pero el verdadero termómetro del cambio no está en los récords diurnos, sino en las noches ecuatoriales, donde las mínimas no bajan de los 25 ºC. Un infierno silencioso que impide descansar y castiga especialmente a los mayores y personas vulnerables.
La factura oculta del calor
Este nuevo clima no solo incomoda: enferma. Según el Instituto de Salud Carlos III, más de 4.700 muertes en 2022 se atribuyen a las olas de calor. Pero también impacta en el bolsillo: el sector agrícola perdió más de 8.000 millones de euros en ese mismo año por sequías y olas de calor persistentes. El olivo, la vid y los cítricos sufren estrés hídrico, maduración acelerada o directamente muerte.
“La agricultura tradicional está en riesgo. Ya no se trata de calor puntual, sino de un clima nuevo al que no estamos adaptados”, afirma Lorenzo Ramos, de UPA (Unión de Pequeños Agricultores).
Los embalses, por su parte, se han desplomado. A finales de 2023, estaban al 33 % de su capacidad, niveles similares a los de la gran sequía de 1995. El sur y el levante peninsular están al límite.
No es un ciclo natural: es un cambio sin precedentes
El negacionismo climático, aún presente en parte de la opinión pública, se enfrenta a una montaña de evidencia. El IPCC lo ha dicho sin matices: las temperaturas que hoy consideramos habituales serían “virtualmente imposibles” sin la acción humana. La quema de combustibles fósiles, la deforestación y la urbanización descontrolada son las causas principales.
Y no, no se puede culpar solo al sol o a los volcanes. De hecho, la actividad solar actual es baja, y los grandes volcanes recientes han tenido efectos de enfriamiento. Lo que estamos viendo es un cambio climático antropogénico: causado por nosotros.
Un calor que también cambia cómo vivimos
La transformación del clima está alterando hábitos, arquitectura y forma de vida. Junio ya no es primavera. Dormir sin aire acondicionado en las grandes ciudades es cada vez menos viable. Y muchos ayuntamientos preparan refugios climáticos para proteger a quienes no pueden permitirse soluciones individuales.
También cambian las ciudades: los tejados blancos, los toldos urbanos y las fuentes públicas vuelven a tener sentido. Las alertas rojas de calor ya son comunes en el calendario. Y las fiestas populares, como las ferias de verano, se reorganizan por las altas temperaturas.
Datos frente a opiniones: el calor no miente
Frente a quienes relativizan el problema, la comunidad científica ofrece claridad. Los datos no tienen ideología: lo que antes se registraba una vez cada 50 años, ahora sucede cada lustro. Los incendios son más virulentos, la vegetación más seca, las enfermedades tropicales más probables. España es un país más caliente, más seco y más vulnerable.
¿Estamos a tiempo de cambiar el rumbo?
La respuesta es sí, pero con matices. Las medidas de mitigación —como la reducción de emisiones o el impulso a las renovables— deben intensificarse. Pero también hay que adaptarse. Y rápido.
“No estamos hablando de ciencia ficción. Es nuestra nueva realidad. Cuanto más tardemos en actuar, más difícil será revertir el daño”, alerta la climatóloga Marta Ortega.
El calor de hoy no es el de antes. No solo porque hace más calor. Sino porque ahora quema de verdad.