Intel, un emblema de la industria tecnológica estadounidense, vuelve a estar en el centro del debate tras una sorprendente propuesta por parte de varios de sus exdirectivos. Estos antiguos líderes, señalados como participantes en las decisiones que llevaron al declive de la empresa, han planteado sacar a Intel de bolsa, dividirla en cinco partes y relanzarla.
La propuesta llega en un momento crítico, justo cuando Intel empieza a recuperarse gracias al respaldo público y a la reciente inversión de NVIDIA, que se ha convertido en uno de sus principales accionistas. Surgen preguntas sobre si esta iniciativa representa un rebrote de optimismo o simplemente una jugada para desmantelar la clásica estructura vertical que caracteriza a la compañía.
El paso fundamental de esta estrategia sería separar las operaciones de fabricación y diseño de chips de Intel, además de vender activos no esenciales como Mobileye. La empresa de conducción autónoma está valorada en aproximadamente 15.000 millones de dólares. Además, se propone la venta del brazo de capital riesgo de Intel. Estas medidas, según sus promotores, permitirían desbloquear el valor de cada unidad mediante su venta o posterior regreso a los mercados.
Este enfoque se compara con la ruptura de conglomerados en el pasado, como fue el caso de General Electric y AT&T. Sin embargo, surgen críticas ya que los proponentes no muestran autocrítica por sus acciones pasadas. De acuerdo con los críticos, fragmentar Intel podría aumentar los costos, complicar la I+D y diluir las sinergias.
Parte del plan incluye un consorcio que sería liderado por el Gobierno de EE. UU. y varios gigantes tecnológicos, quienes adquirirían acciones de Intel y se comprometerían a invertir hasta 100.000 millones de dólares en una década.
El contexto actual de Intel es complejo. La empresa cuenta con nuevos apoyos financieros y un interés renovado en su capacidad manufacturera. La entrada de NVIDIA y el apoyo del Gobierno destacan una intención de fortalecer la manufactura local y disminuir la dependencia de cadenas de suministro extranjeras, principalmente de Taiwán.
Mientras que la propuesta promete beneficios como un foco estratégico y una potencial revalorización de Intel, los riesgos son innegables. La separación podría reducir la capacidad de respuesta en un mercado donde la coordinación entre diseño y producción es crítica. Además, el consorcio propuesto podría enfrentar un escrutinio regulatorio intenso.
Sobre el horizonte temporal, 2028 se perfila como el año en que las divisiones de Intel podrían estar listas para ser vendidas o lanzadas de nuevo en el mercado. Sin embargo, para que esto ocurra, es esencial contar con financiación adecuada, clientes comprometidos y un marco regulatorio favorable.
La iniciativa ha puesto a la industria en alerta, despertando cuestionamientos sobre la gobernanza y ejecución de una posible escisión. Queda por ver si Intel puede afrontar estos desafíos con éxito y si los proponentes de este plan realmente tienen la fórmula necesaria para dirigir a la compañía hacia un futuro más brillante.