En Valencia, el 14 de octubre de 2007, el arzobispo Agustín García-Gasco pronunció una homilía en memoria de las víctimas de la Gran Riada de 1957, comparando el desbordamiento del río Turia con lo que él denominó una «riada de laicismo radical» que amenaza a la sociedad. Este discurso evocó imágenes de la histórica relación de Valencia con los desastres naturales y la interpretación religiosa de los mismos, vistas como castigos divinos. Valencia, conocida por su vulnerabilidad a las inundaciones desde su fundación por los romanos, ha sido testigo de numerosas catástrofes fluviales a lo largo de los siglos, enfrentando la amenaza de las aguas mientras su cultura y legado reflejan una mezcla de resignación y avance hacia la modernidad. La intrincada relación entre la ciudad y sus ríos ha inspirado obras literarias y artísticas, a la vez que deja un poso de memoria colectiva sobre los desastres pasados y el continuo esfuerzo por mitigar sus efectos. En la actualidad, a pesar de avances como el Plan Sur, el recuerdo de estos desastres persiste como un recordatorio de la vulnerabilidad frente a la naturaleza.
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