La política no requiere una formación universitaria específica, como demuestran figuras históricas que destacaron sin títulos formales, impulsadas por su liderazgo y autodidactismo. A pesar de los beneficios de una educación de élite, esta no garantiza el éxito político, ya que el mundo político tiene reglas propias que a menudo no se enseñan en universidades. La práctica de adornar currículos con títulos falsos refleja más el problema de la mentira que la falta de formación. Sin embargo, es aún más preocupante la designación de individuos sin las cualificaciones necesarias para ciertos cargos, elegidos por lealtad partidista más que por capacidad técnica. La profesionalización de la política puede desviar el enfoque del servicio público a la carrera por el poder, favoreciendo el sectarismo sobre el compromiso auténtico con una causa.
Leer noticia completa en El Pais.
