En el Vaticano, la elección de un nuevo Papa se anuncia con la tradicional fumata blanca, indicativa de que un cardenal ha obtenido al menos dos tercios de los votos y ha aceptado su nombramiento, eligiendo además un nuevo nombre papal. Esta tradición de cambiar de nombre comenzó con Juan II en el año 533, para evitar asociaciones paganas, y desde el año 996, casi todos los Papas han seguido esta práctica. No solo simboliza un nuevo comienzo, sino también un potencial cambio en la dirección de la Iglesia, según la elección del nombre que refleje continuidades o giros en el legado pontificio. Una vez elegido, el nuevo Papa se retira a la ‘Sala de las Lágrimas’ para un momento de introspección, antes de salir al balcón de la Basílica de San Pedro para su primera aparición pública y bendición. La preparación incluye vestimentas diseñadas con antelación, que aseguran una presentación solemne ante los fieles, marcando así el inicio de su papado.
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