El Museo Nacional del Prado ofrece una ventana única a la evolución del arte religioso a través de la escultura policromada, una práctica que integró volumen y color para influir en la percepción y la devoción de los fieles durante la Edad Moderna. Esta exposición se convierte en una celebración de las obras maestras del siglo XVII, cuando la combinación de escultura y pintura revolucionó el ámbito artístico y espiritual de la época.
La policromía elevó estas creaciones a una nueva dimensión estética, donde las esculturas no solo se distinguían por sus formas tridimensionales, sino también por la intensidad y vivacidad del color, que Antonio Palomino describió como un puente hacia lo divino. Durante siglos, las imágenes religiosas sirvieron como vehículos de protección y bonanza, sus colores conferían una credibilidad casi mágica a las figuras, convirtiendo la visión de Gregorio de Argaiz sobre el papel del color en un elemento esencial: más que un simple acabado, una verdadera esencia vivificadora del arte.
Las esculturas sagradas, consideradas desde su inicio con un aura sobrenatural, eran fuente de prodigios y milagros. Los artistas no eran solo creadores, se veían como mediadores espirituales cuyo talento debía ser complementado con una moral intachable, pues sus obras pretendían encapsular lo divino en forma tangible y cautivadora.
Dentro de la exposición, se destaca especialmente cómo las esculturas pasaron a formar parte integral de la vida religiosa, adornando iglesias y conventos y sirviendo de soporte a la prédica religiosa. La colaboración simbiotica entre escultores y pintores alcanzó niveles sin precedentes, haciendo del color una pieza vital en la dramatización y amplificación del mensaje religioso.
El recorrido también ilustra como las artes visuales, en su conjunto, interaccionaban para enriquecer la experiencia religiosa. Las estampas estampadas reforzaron las devociones populares; los velos de Pasión reflejaron majestuosamente los retablos; y las pinturas minuciosas replicaron las esculturas en altares, creando un diálogo artístico que enlazaba lo visual con lo espiritual.
Esta muestra en el Museo Nacional del Prado no solo expone el talento de los artistas de la época, sino que invita al público a reflexionar sobre la trascendencia del arte religioso como vehículo de fe y herramienta de persuasión a través de los siglos. En un espacio donde el color y el volumen continúan cautivando, el museo rinde homenaje al impacto duradero de la escultura policromada en el arte y la devoción religiosa.