En el transcurso del siglo XIX, el arte del desnudo experimentó un resurgimiento que puso de relieve la fusión entre la idealización clásica y un creciente interés por el realismo. Este periodo, caracterizado por una creciente diversidad de interpretaciones artísticas, fue testigo de la contribución de escultores tanto nacionales como internacionales, quienes, a través de sus obras, lograron reflejar la riqueza cultural de su tiempo.
Un significativo ejemplo de esta confluencia de estilos es la obra de José Gines, quien en 1807 presentó «Venus y Cupido». Esta pieza neoclásica, ejecutada con una delicadeza única, destacó por su modelado impecable, producto de la influencia de los vaciados de esculturas clásicas que Gines había estudiado en España. Al año siguiente, José Álvarez Cubero, también influido por el estilo neoclásico durante su estancia en Roma, rindió tributo a su maestro Antonio Canova con la creación de «Joven con cisne», obra que establece su propio diálogo entre el idealismo y el realismo estético.
Por su parte, el danés Bertel Thorvaldsen intentó capturar la serenidad de una figura de Hermes en reposo, aunque su propuesta original sufrió un accidente desafortunado y la aparición de vetas en el mármol, lo cual obligó a sus colaboradores a finalizar la obra en 1824. Este percance ilustrativo de la fragilidad inherente a la creación artística reflejó también la capacidad de adaptación de los creadores de la época ante los desafíos técnicos.
El progreso del siglo XIX trajo consigo un aprecio por lo exótico y lo orientalizante. Scipione Tadolini, representante de una renombrada dinastía de escultores, esculpió en 1862 «La Esclava». Esta obra es notable por su minuciosa atención al detalle y su acabado refinado, convirtiéndose en un punto de referencia del periodo y simbolizando el auge de temas orientalizantes.
Hacia el final del siglo, en 1872, el irlandés John Henry Foley realizó un retrato escultórico de Charles Bennet Lawes, capturándolo como un atleta victorioso en reposo. Este retrato, que combina un estudio anatómico riguroso con un realismo vívido, celebra no solo los logros deportivos de Lawes en su juventud, sino también la sobriedad y la madurez acumuladas con el tiempo. El trabajo de Foley encarna el espíritu de transformación cultural que caracterizó al arte del siglo XIX, reafirmando la capacidad de las obras de arte de servir como un espejo de las inquietudes y aspiraciones de su era.