En Mariupol, tres años después de la devastadora batalla que arrasó la ciudad, los residentes enfrentan una nueva ola de pesadillas. Las autoridades designadas por el Kremlin han estado confiscando propiedades bajo el pretexto de que muchos propietarios han desaparecido, aunque en realidad muchos hogares aún tienen dueños. En medio de una compleja maraña burocrática, los vecinos se ven obligados a pelear por sus antiguos hogares mientras enfrentan obstáculos para demostrar la propiedad debido a registros perdidos o destruidos y requisitos de nacionalidad rusa para mantener sus casas. Mientras algunos edificios se erigen como parte de una reestructuración más amplia, solo quienes pueden permitírselo económicamente, generalmente rusos, tienen acceso a esos nuevos apartamentos. La frustración y el desencanto son palpables en una población que lucha contra la expropiación de tierras y viviendas sin justa compensación, en un contexto de reconstrucción que avanza a ritmos desiguales, favoreciendo a las desarrolladoras y dejando a muchos antiguos residentes en la incertidumbre.
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