La caída del régimen de Bashar al-Asad marca un punto de inflexión histórico en Siria tras 53 años de dominio de la familia Asad. El pasado domingo, la televisión estatal siria, tradicional portavoz del gobierno, anunció el derrocamiento del régimen, un evento sorprendente tras 13 años de guerra civil que dejó más de 500,000 muertos y millones de desplazados. Las estatuas de la dinastía Asad fueron derribadas en ciudades clave como Damasco, Latakia y Tartús, reflejando el fin de una era sostenida por los apoyos de Rusia e Irán, que finalmente se retiraron. Bashar, un oftalmólogo transformado en líder autoritario tras la muerte de su hermano, se exilió en Rusia mientras la euforia por el cambio se apoderaba de las calles sirias. En el ocaso abrupto del régimen, el legado de décadas de represión, guerras y asedios parece desvanecerse ante los ojos del mundo, dejando una nación a la expectativa de lo que pueda venir.
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