En un análisis crítico sobre la figura del artista misógino, se describe cómo muchos hombres en el ámbito académico utilizan la lectura y la literatura como herramientas para monopolizar la atención, comenzando por autores como Bukowski e ignorando a las mujeres. Este fenómeno se perpetúa en sectores como el guionismo, donde los hombres, a menudo con carisma y sin mujeres a su alrededor, dominan el ambiente. La falta de diversidad y sensibilidad hacia las mujeres en estos círculos literarios y creativos evidencia un problema profundo relacionado con la violencia machista. La autora propone un entendimiento más empático sobre las experiencias y sentimientos de las mujeres, sugiriendo que estos hombres deberían reconocer la humanidad compartida, evocando el pasaje de Jane Eyre sobre el reconocimiento de las mujeres como seres sintientes.
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